El secuestro y posterior desaparición de 6 adolescentes argentinos, ocurrido en la noche del 16/09/1976 en la ciudad de La Plata (provincia de Buenos Aires), ha pasado a la historia como “La Noche de los Lápices”.
Este acto de represión, es uno de los más conocidos entre los cometidos por la dictadura argentina en el marco de la llamada “guerra sucia” que entre 1976 y 1983, provocó la desaparición de entre 8 a 30,000 personas. El objetivo de la junta militar, apuntaba a erradicar la actividad guerrillera de los Montoneros, por la amenaza que esta significaba para el Estado. Sin embargo, al poco tiempo, se inició una represión a gran escala dirigida a la población en general, enfocándose en la oposición política y en todos aquellos considerados “izquierdistas”, llámense sindicalistas, estudiantes, escritores, periodistas, activistas de derechos humanos y sus familiares. Cualquiera que no compartía la ideología de la junta o no apoyaba a la dictadura, era considerado una amenaza al ser parte del enemigo.
La mejor manera de resumir la posición de la Junta Militar, es citando las palabras que el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, el general Ibérico Saint Jean, pronunció en 1977 durante una cena entre oficiales: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”.
En La Plata, la tercera semana de septiembre, marca el inicio de los festejos por el Día del Estudiante Secundario. En 1976; sin embargo, no había nada que celebrar y mucho por qué temer. La dictadura militar, había desatado una represión indiscriminada entre estudiantes secundarios y universitarios.
Desde finales de los 60, la Universidad Nacional de La Plata y los colegios secundarios de la ciudad habían experimentado intensa agitación política. Participaban docentes y estudiantes pertenecientes a agrupaciones de izquierda y a la tendencia revolucionaria del peronismo.
La represión por parte de la dictadura, se desató desde las primeras horas posteriores al golpe (24/03/1976). Grupos de tarea de las fuerzas armadas y de la policía, se habían adueñado de las noches y todos los días agregaban más personas a la lista de secuestrados.
Ese septiembre el terror se había instalado en la ciudad y, en particular, entre la población estudiantil. Los estudiantes de la universidad y los de los colegios secundarios que dependían de esta (el Colegio Nacional, el Liceo Víctor Mercante y la Escuela de Bellas Artes) eran, claramente, el objetivo de los grupos de tarea de la dictadura.
La noche del 16/09/1976, miembros de la Policía de Buenos Aires secuestraron a 10 estudiantes secundarios. Un documento hallado en la Jefatura de Policía firmado por un general, describía las acciones a realizar contra los estudiantes a quienes se calificaba como “integrantes de un potencial semillero subversivo”. El título del documento era “La noche de los lápices”.
Los estudiantes secuestrados fueron:
Claudio de Acha (17 años)
Gustavo Calotti (18 años)
María Clara Ciocchini (18 años)
Pablo Díaz (19 años)
María Claudia Falcone (16 años)
Francisco López (16 años)
Patricia Miranda (17 años)
Emilce Moler (17 años)
Daniel Racero (18 años)
Horacio Ungaro (17 años)
Los secuestrados, eran en su mayoría, estudiantes que pertenecían a la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), agrupación estudiantil encuadrada en el peronismo de izquierda y a la Juventud Guevarista, rama juvenil del Partido Revolucionario de los Trabajadores de tendencia marxista. Ambas agrupaciones, junto con otras más, habían reclamado en 1975 el otorgamiento del boleto estudiantil. La hipótesis más aceptada para explicar los secuestros, es que fueron consecuencia directa de este reclamo. Inclusive, se arguye que el boleto estudiantil fue suspendido en agosto de 1976, para determinar mediante acciones de inteligencia, quiénes eran los líderes entre los estudiantes, para luego ir a capturarlos.
Sin embargo, Emilce Moler, una de las sobrevivientes, no lo cree así: “lo predominante era atribuir aquel operativo a la lucha por el Boleto Estudiantil Secundario. Esa movilización fue muy importante, pero había ocurrido con anterioridad, en 1975, y a nosotros nos detuvieron por ser militantes de la UES. Nunca me preguntaron por el boleto escolar.”
Posteriormente, se pudo determinar que el 23/09, tras una semana de torturas, los estudiantes fueron trasladados en un vehículo penitenciario, que se detuvo en la Brigada de Investigaciones de Banfield, en donde bajaron 6 de ellos. Los mismos, que, hasta la fecha, se encuentran desaparecidos. El resto siguió camino hasta el Pozo de Quilmes, un conocido centro de tortura durante la dictadura. Ellos consiguieron sobrevivir.
El informe de la Comisión de la Verdad, concluye que «los adolescentes secuestrados, habrían sido eliminados después de padecer tormentos en distintos centros clandestinos de detención…Se presume que habrían sido fusilados a principios de enero de 1977.”
Nadie puede imaginar lo que tuvieron que padecer los estudiantes en manos de sus secuestradores. Por eso, es mejor dejar que una de las sobrevivientes relate, 43 años después, sus experiencias.
La madrugada del 17/09/1976 Emilce Moler, estudiante de quinto año de la Escuela de Bellas Artes, de 17 años, escuchó unos golpes brutales en la puerta de su casa. Segundos después, un grupo de encapuchados la había invadido.
“Estaban todos encapuchados, sin identificación y entraron gritando ‘ejército argentino’. Encañonaron a mis padres y les dijeron que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. No dijeron ni siquiera mi nombre, nunca lo dijeron. Y yo creo que en eso hay un simbolismo fuerte, muy fuerte: lo que venían a buscar era a una estudiante y la venían a buscar por su militancia”.
Esa madrugada, Moler ya sabía que habían secuestrado a Claudia Falcone y María Clara Ciochini la tarde del 16 de septiembre, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes: “Vino alguien a avisarme que las habían secuestrado y entré en pánico. Había estado con Claudia y María Clara los días anteriores y sabía que estaban viviendo en la casa de la tía de una de ellas, la tía Rosita, porque ya no podían quedarse en sus casas, no era seguro”.
Moler tampoco estaba viviendo en su casa, pero había decidido que esa noche volvería porque había empezado a cerrársele las puertas solidarias y ya no tenía donde esconderse. “Había agotado todas las puertas que se podían abrir y no había más lugares. Mis padres ya sabían que militaba, yo se los había blanqueado, y mi papá, con ese sentido común de aquellos tiempos, me decía que era mejor que me quedara en casa. ‘Si te quedás en casa, demostrás que no sos sospechosa, pero si te vas a otro lado, te estás mostrando como culpable’, me decía con la simpleza que la gente común analizaba las cosas en esa época”.
Esa noche cenó en casa con sus padres y su hermana, luego se fue a dormir intranquila sabiendo que estaba en peligro. La despertaron los golpes brutales en la puerta y una voz que gritaba: “Ejército Argentino”.
Cuando la vieron, los secuestradores se desconcertaron un momento, no podían creer que era ella a quien habían ido a buscar. Moler les pareció una niña. “Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en pijama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: ‘Esta es muy chiquita’ y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes, era yo. Yo seguía en pijama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses.
La llevaron al Centro Clandestino de Detención, conocido como el Pozo de Arana, donde se encontró con los otros estudiantes secuestrados. Años más tarde se encontraron 10 mil fragmentos de huesos humanos calcinados y enterrados en el centro clandestino
“Cuando llegamos al lugar, nos desnudaron y nos empezaron a hacer preguntas. El que me interrogaba era una persona grandota, no le respondí lo que me preguntó y me pegó mucho. Esto demuestra que éramos el enemigo. Las cosas empeoraron cuando se enteraron de que era hija de un policía, porque mi papá me estaba buscando. El 23 de septiembre, nos sacaron a todos en un camión y empezaron a bajar a Claudia, a María Clara, a Horacio, que eran los chicos que yo reconocía. Ahí se bifurcó la historia; yo seguí con Patricia. Nos llevaron al Pozo de Quilmes y después a otro centro clandestino en Valentín Alsina. En diciembre, nos comunicaron que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo. Me llevaron a la cárcel de Devoto en enero de 1978″.
Nunca se pudieron encontrar los restos de Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López, Daniel Racero y Horacio Ungaro.