La legión Extranjera en México

En Aubagne, cerca de Marsella, se encuentra el nuevo hogar de la Legión Extranjera. En dicha base se encuentran, también, todas las reliquias atesoradas por la Legión a lo largo de su historia. El más preciado recuerdo, una mano de madera; sin embargo, tiene un lugar especial tanto físico como emocional para los legionarios. Esa mano, perteneció al capitán Jean Danjou de 35 años.

Para entender el porqué dicha mano es venerada por los integrantes de la Legión, debemos remontarnos a México y al año de 1863, exactamente al 30 de abril de ese año. El lugar, una oscura hacienda llamada Camarón.

Pero; ¿qué hacían soldados de la Legión luchando en México?. Estaban allá como parte de un ejército francés que, al principio, ocupó puertos mexicanos como una forma de presión, para que ese país, pague préstamos otorgados por bancos franceses. Luego, ese ejército se convirtió en una fuerza de ocupación debido a que Napoleón III, el emperador de los franceses, concibió la absurda idea de conquistar el país y convertirlo en un protectorado. Los mexicanos al mando de Benito Juárez, resistieron ferozmente y es así como llegamos al 30 de abril de 1863.

Una noche a fines de abril, un espía avisó al coronel Pierre Jenningros, oficial al mando de la Legión, que un convoy sería atacado por fuerzas mexicanas, incluyendo guerrilleros. El convoy con 60 carros y 150 mulas era importante, pues, aparte de alimentos y municiones, transportaba cañones y, más importante aún, oro para pagar a soldados y oficiales. La única ayuda que podría recibir el convoy, solo podría provenir de la Legión.

Jenningros, destacó para la tarea a la 3era compañía del 2do batallón de la Legión. Al mando, estaría el experimentado capitán Jean Danjou y contaría con 2 oficiales más. La fuerza comandada por Danjou, consistía de 62 hombres, entre suboficiales y soldados. La 3era, era una típica unidad de la Legión. Estaba conformada por belgas, suizos, alemanes, polacos, holandeses, daneses y algunos franceses. Poco después de la medianoche del 30 abril, la fuerza partió para cumplir su misión, atravesando una hacienda llamada Camarón “sólo habitada por buitres”.

Poco después del amanecer, los legionarios se encontraron con una fuerza de caballería mexicana. La compañía formó en cuadro y sus disparos detuvieron, dos veces, la carga de los jinetes mexicanos, sembrando el suelo con sus restos. Danjou sabía que, si querían sobrevivir, debían buscar refugio. Los mexicanos eran demasiados para enfrentarlos al descubierto. Sin dudarlo, ordenó la retirada a Camarón.

Los legionarios tomaron refugio en los establos de la hacienda; estos, tenían dos entradas que fueron cubiertas inmediatamente, y se prepararon para soportar el asedio. El sol, ya estaba convirtiendo el día en un horno.

Los disparos de las fuerzas mexicanas, empezaron a herir y matar legionarios desde el inicio. Para empeorar las cosas, sólo tenían 60 balas por cabeza y casi nada de agua. Las mulas que contenían las reservas de munición y agua, habían salido despavoridas al iniciarse el tiroteo. Al final del día, se vieron obligados a lamer la sangre de sus heridas para poder saciar su sed.

A las 9:30 am, el oficial mexicano al mando, los conminó a rendirse. Danjou rechazó el ofrecimiento con desprecio. A pesar del disciplinado fuego de los legionarios que infligían fuertes bajas a los mexicanos, sus heridos y muertos iban en aumento y los ataques no disminuían en intensidad.  Danjou, siendo el oficial experimentado que era, podía prever el resultado. Pidió a su ordenanza alemán, que trajera su ración de vino y lo repartió, personalmente, entre todos los legionarios en condiciones de combatir, haciéndoles jurar que preferirían morir antes que rendirse. Cada uno de los soldados juró hacerlo. Al terminar esa extraña comunión, Danjou, con cierto orgullo fatalista, dijo “los Legionarios saben morir mejor que cualquier otro hombre sobre la tierra”.

Cerca del mediodía, el destino alcanzó a Danjou. Mientras iba de puesto en puesto para alentar a sus hombres, una bala impactó en su pecho y lo mató. Vilain, un joven teniente, asumió el mando de los 40 legionarios que aún podían combatir. Una segunda intimación a rendirse fue rechazada con el típico insulto de la Legión, “¡Merde!”. Poco después, llegaron otros 1,000 mexicanos para reforzar a las tropas atacantes.

Villain murió y el mando pasó a Maudet, el único oficial sobreviviente. Casi todos los que quedaban vivos, estaban heridos. Y todavía sus disparos mantenían a raya a los mexicanos. Un legionario recuerda “cuando abríamos nuestras bocas para respirar, era fuego lo que inhalábamos”.

Al final del día, sólo 5 legionarios permanecían en condiciones de combatir. Maudet, el cabo Maine y tres soldados. Cada uno, solo tenía una bala.  Maudet los miró y dio su última orden. Los soldados asintieron. Dispararon su último cartucho y lo siguieron en una carga con sus bayonetas.

Un legionario belga, Catteau, se interpuso entre los fusiles mexicanos y Maudet y recibiendo las 19 balas que iban dirigidas a este último. A pesar de ese sacrificio, Maudet cayó herido junto con uno de los legionarios. Cuando los soldados mexicanos se acercaron para ultimarlos a bayonetazos, un coronel mexicano, impidió que lo hicieran e intimó a los legionarios a rendirse. Maine, el último al mando, accedió “si nos dejan mantener nuestras armas y atienden a nuestro oficial”. El coronel mexicano respondió, “No se puede rehusar nada a hombres como ustedes”.

El oficial mexicano al mando quiso saber dónde estaban los demás. “No queda nadie”, respondió el coronel que salvó la vida a los últimos legionarios; “Pero; no son hombres sino demonios”.

Así terminó la batalla de Camarón. 11 horas de lucha sin cuartel bajo un sol abrazador. 62 legionarios contra más de 2,000 soldados mexicanos. Los legionarios dispararon 4,000 balas y causaron más de 300 bajas a los mexicanos. A cambio, 39 legionarios yacían muertos en el lugar. El calor y las heridas, matarían a la mayoría de los que quedaron con vida, incluyendo a Maudet, a pesar de los intentos mexicanos por salvarle la vida. Los pocos supervivientes, fueron capturados más tarde, cambiados por prisioneros mexicanos. El convoy llegó a su destino sin ser atacado.

La columna de auxilio francesa, llegó muy tarde para salvar a los legionarios de Danjoul; lo único que pudieron hacer, fue enterrar a sus camaradas. La mano de madera de Danjou fue recogida por un ranchero local, que la mantuvo como una suerte de souvenir. Un par de años después, se la vendió al general Baizane, el comandante en jefe francés en México, el mismo un oficial de la Legión.

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